jueves, 29 de octubre de 2009

Redacción Juana la Loca

La habitación que se podía vislumbrar a través de los perturbados rojos de ruana, distaba mucho de los aposento propios de una reina, antes lujoso y exquisitamente decorado, ahora no era mas que un cumulo de destrozados muebles y suciedad.
Estaba sumida en una profunda depresión, hacia dos días que su esposo había fallecido,
e incluso con todo su poder jamas había podido poseer lo por completo.
Ahora se encontraba recostado encima de la cama matrimonial, este comenzaba ya a emitir un olor ciertamente desagradable, pero poco parecía importarle a Juana, que seguía dormitando junto al cuerpo de su marido. No había permitido que nadie se llevara el cuerpo de Felipe i nada habían podido hacer sus vasallos para hacerla entrar en razón.
Fernando se había puesto de camino en cuanto supo de la noticia, era su deber encargarse de los preparativos i todo lo que ello conllevaba una entierro real. Estos acontecimiento solían ser siempre beneficiosos para afianzar alianzas y crear nuevos aliados, había llegado a la conclusión que la gente parecía ablandarse ante la muerte de una persona de la realeza, seguramente pensando que la suya propia podía estar cerca.
Siempre había sabido de los delirios y desequilibrios emocionales de su hermana, pero nunca hasta el punto de encerrarse con el cadáver de ese francés arrogante.
Pero esto le beneficiaba hasta tal punto que podría quitar de en medio a su querida hermana sin la necesidad de acabar con su vida.
Juana no había nacido con el don de gobernar, era demasiado débil y su padre ya era mayor para tomar gobierno de dos reinos...
Castilla solo estaba en el comienzo de su expansión y en sus manos tendrían un poder militar capaz de conquistar toda la tierra conocida.
Al tiempo Juana murió de la lepra porque vivía en condiciones inadecuadas. Al morir el trono de juana fue para uno de sus hijos aunque el lo rechazo y el reino se quedo sin heredero.

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